Ellos
llegaron una tarde luminosa
de mayo, o
tal vez de junio.
Ocuparon
las cuatro calles que
llevaban
desde mi casa a la estación.
Cinco
días antes alguien, en la oscuridad
de una
madrugada helada y azul,
había
acribillado a balazos a Luisa y José
mientras
dormían, y se llevó a su hijito.
Los
vecinos dijeron que alguien les dijo:
Martincito
es robado, o prestado, y usado
como
escudo familiar de la guerrilla. Los
buenos
hombres que llegaron en autos verdes
se lo
devolvieron a su mamá verdadera.
Cuando
llegaron ellos,
ya estaban
enterrados los libros.
Apurate,
antes que nos agarre la noche.
Dale
nena, dale. Ayudame con la lona.
Ahora el
plástico. Ahora dejame a mí.
Las
bolsas de compost cayeron sobre
el
cadáver iluminado.
Y se
cerró el antiguo pozo de agua
con su
luna de madera, como siempre.
Guardando
el abono para la huerta,
para los
tomates y la albahaca del verano.
Golpearon
la puerta, ni muy fuerte ni muy suave
y
preguntaron a mamá por el señor profesor.
La
señorita no cursa hoy? Me avanzó uno de ellos,
rubio,
joven, bonito, tan bonito.
Tartamudeé
un cursé a la mañana y
Está
trabajando, cortó mi madre, con los ojos
oscuros
de recuerdo. (qué recordaría mi madre?).
Cinco
meses antes, volviendo de un domingo familiar,
el auto
verde nos siguió durante todo el trayecto.
A veces
nos adelantaba, a veces nos cruzaba,
la mayor
parte del tiempo venía detrás.
(Y fue
entonces
cuando
la memoria hizo arraigo en mí.)
La mitad
del cuerpo de mi madre gritaba
hacia
afuera, por la ventanilla del Fiat.
mi
hermano pequeño no podía siquiera llorar.
Las
manos de mi padre eran garras en el volante.
Y había
un poderoso cuervo prendido a mi garganta,
aleteando
en azul y negro en mi pecho.
Eso, que
le dicen miedo.
(La
casa abierta, revuelta, violada.
Mis
cuadernos.
Y
un rumor de soledad inexplicable)
Recorrieron
los cuartos, la mano en las cinturas armadas.
Pocos
libros tiene la señorita, recién empieza la carrera?
Respiré
profundo sin entender.
No
salieron al jardín.
Miraron,
tocaron, caricia obscena y voluptuosa,
masturbación
a cielo abierto, a ver quién la tiene más grande.
Se
alejaron en la luminosidad fría del fin de tarde,
en
medio de órdenes, portazos y armas.
Mi
madre corrió a la escuela a buscar al chiquito.
Vino
Mario, también habían estado en su casa.
Yo
me supe hermosa, desvergonzada, estúpida.
(Por
qué desenchufé mi memoria?)
De
allí a hoy todo es confuso.
No
sé cómo, ni cuándo, volvió
a
abrirse la luna del pozo.
Le
pregunto a mi madre, dice que estoy loca.
Que
por leer tanto imagino cosas.
Siempre
la misma, vos, siempre la misma.
Pero
miró hacia la ventana, oscurecidos los ojos.